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martes, 23 de febrero de 2010

Las puestas en abismo de nuestra infancia

De niño me provocaba un terror originario este envase de Royal, que por una suerte de piedad o soberbia histórica se ha mantenido inalterado por varias generaciones. No podía, ni puedo todavía hoy, explicarme porqué un odioso publicista querría plantear a inofensivos consumidores de levadura, una intríngulis tan grande como la planteada por este envase. ¿Cuál es la última lata de Royal? ¿Existe, o es sólo una sugerencia inacabada, un objeto del deseo puesto allí para generar una compulsión? Esta última hipótesis me parece atractiva, pero definitivamente ninguna estrategia publicitaria podría crearnos una necesidad tan inmensa de levadura. ¿Y si a la Coca-Cola se le hubiese ocurrido lo mismo...? Mejor no pensar en esa posibilidad, tan aterradora como probable.

Algo tendrá que ver la efervecencia con la recursividad. Hoy he descubierto que la legendaria lata de Polvos Royal no es el único ejemplo de puesta en abismo en los productos de la canasta familiar. En "La misteriosa llama de la reina Loana" de Umberto Eco, un amnésico con memoria de papel; parodia de un Funes en un polvoriento Combray, rescata de un desván un envase de aguavichí marca Brioschi, que ilustra una camarera regordeta que ofrece a dos elegantes señores el producto y por supuesto, el diseño de la lata ofrecida no puede ser otro que el de la tríada representada ad infinitum.



Parece ser que se trataba de un artificio bastante común en estos primeros retoños de la revolución industrial, una suerte de metafísica disfrazada de costumbre en el más puro estilo fin de siècle. Navegando la red he visto otros ejemplos igualmente ilustrativos. La originalidad de Eco, al menos en esta novela, consiste en no pretender ninguna. Su infancia o la mía, son la de cualquier persona. Cada cierto tiempo, reaparece lo demoníaco, lo inalcanzable en los objetos más inanes. La adultez, por más patético que suene, es buscar una salida intelectual, moral, o puramente materialista a estos terrores infantiles. La mía fue la siguiente:

Todavía hoy no existe, un dispositivo capaz de ilustrar con todos sus detalles la última lata de Polvos Royal. He sometido la lata a un somero análisis óptico y la quinta lata ilustrada no es más que una mancha azulada de una indefinición francamente triste. Sin embargo sigo prefiriendo esta marca a cualquier otra, por su originalidad, por su lealtad incondicional al espíritu del novecento. Quién sabe si en algunos años más aparezca una versión de la vetusta lata de polvos de hornear en versión HD, o en lo que sea que hayan inventado para que veamos más y mejor. Pero no, eso sería traicionarse, el terror nunca será más que una sugerencia, un concepto incabado, definirlo es contenerlo, inmovilizarlo.

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