VISITANTE

martes, 28 de junio de 2011

The King's jester

Alas, poor Yorick! I knew him, Horatio, a fellow of infinite
jest, of most excellent fancy.
He hath bore me on his back a
thousand times, and now ho
w abhorr'd in my imagination it is!
My gorg
e rises at it.
(Hamlet, act 5, scene 1)


++++Somos el bufón del rey. Cuando perdemos nuestra capacidad de hacer reír acabamos como Yorick, en una fosa común, o al fondo de un río transparente como este caballo, que algún día fue majestuoso. Y sin embargo, ¿qué hay de humillante en dejar de existir? ¿No acaba con nuestra muerte el bostezo impaciente de una vida harta de repeticiones? Si el cielo cristiano existiera, seguro sería un lugar aburridísimo, repleto de dobles debatiéndose mezquinamente un poco de atención divina. La vida se extingue para dejar paso a lo nuevo, aunque eso nuevo sea una variación sutil de lo anterior. El resto, la preservación de las almas después de la muerte, es agua estancada, un pantano en el que nadie se bañaría. Ya estás a salvo Yorick, no tienes que hacer reír a nadie más, no tienes que soportar sobre tu espalda a ningún Hamlet regordete. Y tú Hamlet, ¿por qué te espantas? ¿Por qué compadeces a Yorick? ¿No ves que el mismo se ríe si dejas en paz su pobre mandíbula?

++++Durante el fin de semana subí con un amigo a la Cordillera de los Andes con el propósito de realizar la cumbre más alta visible desde mi ciudad; el cerro San Ramón (3253 msnm). Aunque parezca la más alta, en realidad es una cumbre modesta entre las muchas que posee el cordón montañoso. Durante la tarde del primer día de ascenso, descubrimos cinco caballos que pastaban tranquilamente en la cumbre del cerro la La Cruz (2552 msnm). Eran animales realmente hermosos, con un pelaje mucho más provisto que lo común para resistir las bajas temperaturas. Nos preguntamos qué hacían allí, tan lejos de los valles; tan lejos de la civilización. No pudimos responder a esa pregunta. Probablemente ellos se hacían la misma respecto a nosotros. De vuelta del San Ramón, bajando por la quebrada del Manzano, encontré el cráneo de caballo que he puesto al comienzo de este breve artículo. Me acordé de ellos y me sobrevino una emoción distinta a la de Hamlet. Ese cráneo era una celebración de la vida, un triunfo que adornaba entre las piedras el fondo de un río transparente; "en el que entramos y no entramos porque somos y no somos."